«El alma de las fiestas» nuevo relato de la escritora Patricia Kanacri.

Letras 25 Presenta el cuento Breve «El alma de las fiestas» de Patricia Kanacri, cuento que muy bien podría insertarse dentro de la tradición del cuento gótico o de terror. Con un buen manejo de la línea argumental esta narración breve nos muestra el conflicto amoroso que golpea la conciencia de Alejo, de forma que los sucesos que precipitan el final no pueden no ser ni reales ni irreales, sin embargo, estas escenas le hablan al personaje, como una monstruosa revelación.  

Susanna Pallavicini

El alma de las fiestas

¿Estoy viendo cosas? No, no es posible, no he tomado nada, no me he metido nada  pero, porque se me aparecen todas. No estarán muertas. No he sido bueno con ninguna, pero, no serán brujas, ¿no?

Alejo, con sus 33 años, aprovechó bien sus dotes para conquistar a muchas mujeres en su vida, pero no amar a ninguna. Simplemente, no podía. Su corazón hecho de hielo, como un glaciar eterno, no se condecía con sus ojos encantadores y su sonrisa fácil. Ahora estaba solo, muy solo, en la antigua casona que crujía de vieja, de pena, de abandono, al igual que él.

Se había quedado dormido con los vapores del alcohol, aún vestido sobre su cama.  De madrugada, sintió una especie de presencia y abrió los ojos. Fernanda estaba allí, casi pegada a su nariz, mirándolo fijamente. Iba vestida con un peto dorado de fiesta y pescadores ajustados negros.  Alejo gritó y como un resorte, quedó sentado en la cama con los ojos muy abiertos. Al  encender la lamparita, la imagen se desvaneció. Sintió gotas que corrían por su espalda helada. Había visto un destello en su mirada que no era precisamente amor, algo que le provocó un temor irracional. Me la habré imaginado o se me apareció. Se metió bajo las sábanas y se tapó hasta la cabeza. De cuando en vez, se asomaba para ver si ella seguía allí, pero no. No pudo volver a dormir nuevamente.

La recordó. Sí, fue una de las primeras. Cuando viví con ella, era tan amorosa, siempre estaba pendiente de mis menores deseos. ¿Me quieres? me preguntaba a cada rato.  Si, si claro, vamos de a poco, no pongamos presión, dejemos que fluya, era mi respuesta ensayada. En eso apareció Andrea. Después me daban la lata y yo más las despreciaba. A todas les decía lo mismo y eran muchas. Yo era alma de la fiesta. Las mujeres me seguían, era un rey, todas estaban a mis pies. En cambio ahora…

Después de haber sido funado en redes sociales, a las que cada vez se sumaban cientos de likes de mujeres conocidas y desconocidas, se corrió la voz, todas ya lo sabían, lo habían dejado desnudo con su miseria al descubierto. Desde entonces es que tenía visiones, o eso él creía a menos. De todos modos, sintió que ya no era el mismo. Ya no salía de casa, ni a fiestas, era como si le hubiesen robado el alma.

En otra ocasión, soñó con Sonia, el insomnio, se apoderó de él. La vio fugazmente, sintió sus labios en los suyos. Pasó su lengua por sus labios y le supo a un gusto amargo como la hiel. Pero, lo que realmente lo espantó fue un sonido en la habitación, que lo alertó.

Un rumor lento y suave, que crecía, raspaba, se acercaba. Pequeños pasos etéreos, sutiles  parsimoniosos sobre su cuerpo. Sintió frio, secó sus manos húmedas en las sábanas. Escuchó un ligero ronroneo. Sus pelos se erizaron. No se atrevió a mirar.

Esa mañana al levantarse, vio virutas, ensortijados y finos rulos que provenían de la madera su velador, con marcadas huellas de rasguños en la puerta de este. Alcanzó la botella de ron y se tomó un trago. Eso terminaría con mis  visiones de una buena vez.

Estaba solo. Su madre tampoco quería saber de él. ¡Para ya de hacerte daño, cuando vas a reaccionar!, le había dicho con fuerza, en respuesta él la había golpeado. No la había vuelto a ver desde entonces. ¿O allí fue cuando empezaron las fantasías? Al principio, eran aisladas, pero pronto se fueron haciendo más recurrentes. Ahora eran cotidianas.

Se sentía acabado, sus constantes fallas al trabajo, su cansancio, sus ojos apagados habían perdido su natural y verde coqueteo. Los amigos que tanto celebraban sus múltiples conquistas ya tampoco estaban. El insomnio no le permitía dormir más de tres horas diarias, era como si estuviese girando dentro de un torbellino de agotamiento incesante que lo consumía cada vez más. Su piel demacrada y amarillenta denotaba su extenuación.

Esa noche se despertó con el ruido de un murmullo, que aumentaba en intensidad. Sin poder distinguir qué decían las voces, también escuchó risas y grititos de mujeres.  Se incorporó de la cama, se puso una bata y bajó la escalera pisando levemente para que no crujiera. En el amplio living estaban reunidas muchas mujeres, sentadas en los sillones, en sillas, en el suelo, sobre los muebles, a pesar que se asomó sigiloso, en puntillas, todas, instantáneamente,  volvieron sus cabezas hacia él.

Pero, cómo, si ellas nunca se conocieron, bueno algunas sí, pero, acá. Juntas. Cómo entraron. ¿Qué hacen aquí?

Debió apoyarse en la columna del vano que separaba el estar del comedor, tembloroso.  Debo dejar el trago, estoy alucinando. Las miró tratando de reconocerlas, de recordarlas, eran tantas. Vio que sus ojos cambiaban de color, su brillo perspicaz se hizo de un rojo sangre. Sus caras, tan alegres, hace un  momento, se fueron convirtiendo en una máscara pálida, fría, con odio en la mirada, con un rictus de desprecio en los labios.

Sintió un frio que subía desde sus piernas hasta su nuca, sus vellos se levantaron, el sudor lo cubrió en un segundo. Con una mano se aferró al pilar. Alejo trató de decir algo, pero solo emitió algunas silabas inconexas. Intentó moverse, retroceder, pero sus músculos estaban rígidos, pesaban como si fueran de piedra, no tenía fuerzas para moverlos. Quería gritar, despertar de un mal sueño, pero no podía.

Una de ellas se incorporó con movimientos felinos y todas la siguieron, iban hacia él con sus ojos entornados, como queriendo atravesarlo, con una lentitud que se le hizo una eternidad. Él seguía estático, aterrado. Sintió un primer rasguño, luego otro y otro, se abalanzaron sobre él arañándolo y mordiéndolo, como gatas furiosas. Se tapó la cara con un brazo, con el otro manoteaba al aire como queriendo espantarlas, no tenía vigor para oponerse. Sintió como se rasgaba su piel bajo el ataque masivo de miles de uñas, afiladas uñas y dientes.

Despertó con el alba. Se palpó, menos mal que solo fue un sueño, se dijo. Se sentía muy adolorido, cansado. Fue al baño y al mirarse en el espejo, se vio en toda su dimensión. Estaba lleno de rasguños y  mordiscos,  profundos algunos, en la cara y brazos. Se miró el pecho, el vientre, las piernas, estaba todo cubierto de ellos. También había marcas de dientes que quedaron impresas en su piel amoratada y colmada de ríos de sangre que corrían, algunos más gruesos que otros. Todo su cuerpo estaba arañado, desgarrado, hecho jirones.  

Al principio parecía no doler, pero a medida que iba descubriendo sus llagas, iba adquiriendo la consciencia de un dolor profundo, agudo y desgarrador. Con ojos incrédulos, gritó de horror, dio un paso atrás. Resbaló en su propia sangre y cayó a las baldosas, que blancas se iban tiñendo de un rojo oxidado que se tornaba tenebrosamente cada vez más negro y más abundante.

Alejo fue encontrado tres días después en un charco de sangre. Con los ojos desorbitados, con la boca abierta como profiriendo un grito silencioso. Un vecino dio aviso a la policía que de la casa antigua, salían cientos de hermosos gatos meneando sus colas, de todas las razas y colores en una sinfonía de maullidos y ronroneos, mostrando su felicidad.

FIN
Escritora Patricia Kanacri.

Subgénero de terror, febrero 2021

Autora: Patricia Kanacri.
Fotografías, portada Pixabay, interior de la autora.
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