Mi manera predilecta de aprender, de enseñar y de trabajar ha sido el taller. Quizás la palabra es una inconsciente herencia de mi padre que tenía una pequeña imprenta que era también una editorial, una agencia y un estudio fotográfico: él hablaba del “Taller”.
Habito y vivo en modo taller, explorando, descubriendo, intentando ampliar mi horizonte y el de la comunidad que me envuelve, ensayando y desarrollando conocimiento y lenguajes.
Me gusta el taller como laboratorio de investigación, como fábrica de productos y como espacio para crear y crecer.
Compartir el haiku en taller es especialmente bello. Siento que como pocas experiencias de escritura lectura, el haiku vibra con mayor intensidad si es compartido. Si sucede el encuentro entre el texto y el asombro de los lectores, entonces se recrea y renueva la magia del instante original.
El haiku, al igual que la rana que saltó en el viejo estanque de Basho, crea ondas que unen almas, tiempos y espacios.
Haikus de otoño
Truenos nocturnos Mañana de otoño Brilla el rosal
Jardín en quietud
El peso del colibrí
Mueve la rama
Frío en la piel
Anuncio de otoño
Anaranjece
Pétalo rojo
Mañana de otoño
Recuerdos al sol
Meses de polvo
Escurren a la tierra
Por fin la lluvia
Cesa la lluvia
Instala el silencio
Lejanos trinos
Últimas horas
Las hojas se despiden
Sopla el viento
Un estornudo
Estrépito de alas
Huyen torcazas
Briznas de árbol
Alimentan la tierra
Volverán en flor
Gotas de lluvia
Bajan hasta mis labios
Gusto a cielo.
Fotografía: Mauricio Tolosa.