Hablando de Raymond Carver con Patricia Kanacri.

Raymond Carver

Raymond Clevie Carver, Jr.  (1938 – 1988) fue un cuentista y poeta estadounidense. Es considerado uno de los escritores más influyentes del siglo XX.

Sus relatos breves impusieron en su país un modelo narrativo denominado por la crítica «Realismo sucio», por tratar únicamente temas cotidianos, sin nada heroico o excepcional, con un estilo seco y sin concesiones metafóricas.  «Realismo sucio» compartido por autores como Charles Bukowski, Richard Ford o Tobías Wolff. Parte de la crítica lo ha valorado como el mejor escritor de cuentos cortos desde Hemingway.

En 1976 alcanzó reputación literaria con la colección de cuentos “¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?” 

Sus cuentos pueden dividirse en dos grandes etapas: la primera hasta principios de la década de 1980 y la segunda desde allí hasta su muerte.

La primera puede considerarse un período convulso, en el que la forma de sus cuentos estaba dictada directamente por los sinsabores de su vida, mientras que la segunda fue más reposada, ya que la escritura pasó a ser una actividad de madurez.

Los críticos asocian los escritos de Carver al minimalismo y le consideran el padre de la citada corriente del realismo sucio. En la época de su muerte Carver era considerado un escritor de moda, un icono que América .

En los cuentos de Carver conviene considerar dos rasgos de su estilo: la técnica y la alusión simbólica.

La técnica que consiste en construir el relato a partir de lo que se conoce como nesting, es decir, contar una historia anidada dentro de otra. Las dos historias vendrán a alimentarse mutuamente, en un contrapunto que enriquece la narración. Estos dos planos se marcan en la edición por un espacio en blanco que los separa, cuando del uno se pasa al otro; mientras se está dentro de un mismo plano, los puntos aparte no generan ningún espacio en blanco.

Esta técnica, que es manejada con especial acierto en “Belvedere”, pone en evidencia la importancia de la puntuación en los cuentos de Carver.

Con la alusión simbólica,  el autor hace señalamientos sutiles y discretos, que interesan al relato. Es claro su valor múltiple, lo cual, no obstante, se constituye con frecuencia en una fuente de especulaciones ligeras; aunque exige, por el contrario, ser considerado con rigor. Cuando se lo toma como si fuese el objetivo central de una lectura, se sobredimensiona su interés. Pero negarlo, conduce a que esas alusiones sean olvidadas, en favor de un positivismo insípido. En Carver el empleo de la alusión simbólica contribuye a reducir la extensión de sus relatos bajo una economía de términos.

La alusión simbólica se reconoce en “Belvedere” en algunos de los términos y nombres empleados. Así, considerar la alusión simbólica, al preguntarse por el título del cuento, permite elaborar una hipótesis sólida. Un Belvedere representaría una relación plácida y alegre con la vida, como la que se cuenta que tuvieron otrora los dos ancianos,  que Holly evoca al final del cuento con amarga nostalgia y que  ahora, la pareja lo ha convertido en decadente, con un vínculo amoroso profundamente dañado, sumado al exceso de alcohol y transformado en un encierro mortífero.

Podría afirmarse que es un título admirable, en la medida en que condensa, de manera elegante y sutil, dimensiones esenciales de aquello que se narra y a su vez acerca de cómo se narra. Los anhelos de la pareja, la posición nostálgica de Holly, la significación del encierro en el drama, la importancia de una lectura retrospectiva de lo leído y quizás otros hechos constituyen un verdadero modelo de un título para un cuento.

Otro elemento en los cuentos, es la figura del observador que aparece para invadir la privacidad, como si se instalara en el espacio íntimo. La presencia de lo morboso es un elemento que invade la observación de los personajes de Carver. Lo anterior se viene a sumar a la falta de empatía frente a lo que se observa, como otro eje en sus cuentos.

En varios textos, la televisión funciona como un elemento y quizá, como otro personaje más en la trama: una nueva integrante de la sociedad de consumo. En ese sentido, la espectacularización que ella introduce en los hogares,  nos permite entender el resquebrajamiento de los límites entre lo privado y lo público en los textos. Además, se instala en un entramado comunicacional en el que estorba, pero, a su vez, es necesaria, tal como se manifiesta en El señor Café y el señor Arreglos. En muchos relatos la bebida aparece como protagonista que media entre las relaciones interpersonales, tal como ocurre con la televisión.

El desamor se podría clasificar como otro elemento central en Carver. Una sociedad individualista y sellada por el desborde que se evidencia a través de lo sexual, la traición, violencia y alcoholismo, siendo estos,  las aflicciones  que los personajes sufren. Están atravesados por la decadencia del sueño americano,  ya que si se esperaba una sociedad llena de éxito, lo que predomina es lo contrario: sujetos desencajados, fuera de sí, antihéroes que nada tienen para contar más que sus perturbadas vidas. Pero sobre todo, lo que no se dice, lo minimalista de los relatos es lo que altera la narración en la que se abren muchas interrogantes sobre qué es digno de narrar o cómo narrar,  lo que no es digno en una sociedad que se vuelve hostil, siniestra, desmembrada,  después de los tantos bombardeos, literales, que la sucumbieron unos años atrás y que seguirán afectándola.

En el marco de estos presupuestos vitales y estéticos escribió libros como Catedral (1984) y De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981), también interesantes volúmenes de poesía. Sus poemas parecen una extensión de sus cuentos en el sentido del prosaísmo, pero se abren más a un mundo lírico de objetos, sensaciones y paisajes.

El volumen “De qué hablamos cuando hablamos de amor” cuenta con diecisiete cuentos breves que retoman de forma irónica relatos sobre el amor; retratan su antítesis: a veces, la absoluta soledad,  a veces,  la pérdida de seres queridos. Siempre, la imposibilidad de comunicar que tiñe de tensión todos los relatos y la violencia, latente, pero segura. Trabaja, entre otras cosas, con sujetos des-estereotipados de la típica sociedad norteamericana y con características que se oponen a la imagen del héroe: borrachos y violentos. Muestra miserias y no grandes hazañas. Los críticos cuestionan el uso de muchos de los lugares comunes que giran alrededor del amor, la amistad, el matrimonio, la familia, la empatía, la solidaridad y la comunicación.  En ese sentido, tal vez, los relatos re signifiquen “el amor” en los últimos años de la Guerra Fría y también, en los inicios del tiempo posmoderno. Carver supo entender y transmitir la decadencia del sueño americano en un mundo incipiente, nuevo y, por qué no, apocalíptico.

En 1998, después de diez años de la muerte de Raymond Carver, se comienza a cuestionar la originalidad de los textos publicados en “De qué hablamos cuando hablamos de amor” (1981) ya que se publica una nota en el New York Times que anticipa la polémica que desata el libro póstumo “Principiantes” (2009). Este último, posee los mismos relatos que el libro del ochenta, pero con la supuesta versión oficial de Carver: más humano, donde se da a conocer la vida de los personajes con mayor profundidad  y más extensos. La versión generalizada de los hechos es, que en aquel tiempo, el editor Gordon Lish no sólo editó,  sino que estableció recortes argumentales en los textos y hasta incluso cambió el final de algunos,  como bien puede observarse si se compara la versión de 1981 con la del 2009.

Raymond Carver falleció en plena madurez creativa, poco antes de cumplir los cincuenta años, a causa de un cáncer de pulmón.

Recopilación por Patricia Kanacri R.

Fotografía, Elena Porti Libripdf.com.

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