Hoy nos encontramos con el gran poeta peruano César Vallejo

Nos inunda la certeza de las palabras del escritor, poeta y monje católico Thomas Merton, quien llamaba a Vallejo: El más grande poeta universal, después de Dante.

         
Poeta peruano de Santiago de Chuco nació en 1892 muere en la romántica capital de París en 1938. Fue una de las grandes figuras de la lírica hispanoamericana del siglo XX. En el desarrollo de la poesía posterior al modernismo, la obra de César Vallejo posee una profundidad semejante a la de Pablo Neruda y Octavio Paz, por mencionar algunos. Si bien su evolución fue similar  a la del chileno, ya que siguió en parte  los lineamientos estéticos de las primeras décadas del siglo XX, todo en su obra es original y despliega una altura  expresiva raras veces alcanzada: sus versos retienen la impronta  de su personalidad  torturada  y su exacerbada  sensibilidad  ante el dolor  propio y colectivo. En sus  últimos libros ese sentimiento  se transmuta  en solidaridad  como respuesta  a sus profundas  inquietudes metafísicas, religiosas y sociales. De origen mestizo y provinciano, el menor de once hermanos, su  familia pensó  en dedicarlo al sacerdocio (propósito acogido por él con ilusión  en su infancia) lo cual explica en parte la presencia en su poesía de abundante vocabulario bíblico y litúrgico, y guarda relación con la relación con la obsesión ante el problema de la vida  y de la muerte. En 1915, después  de obtener  el título de  bachiller  en letras, inició  estudios de Filosofía  y Letras  en la Universidad de Trujillo y Derecho  en la Universidad de San Marcos  (Lima) abandonando sus estudios para instalarse como maestro en Trujillo.
 En 1918 César Vallejo publicó su primer poemario: Los Heraldos Negros, con gran influencia modernista. Reissing, se referirá a este poemario; – Esta obra contiene además algún augurio de lo que será una constante en su obra: la solidaridad del poeta con los sufrimientos de los hombres, que se transforman en un grito de rebelión contra la sociedad -.

Acusado injustamente de robo e incendio durante una revuelta popular (1920) César Vallejo pasó tres meses y medio en la cárcel, durante los cuales escribió otra de sus obras maestras Trilce (1922) un poemario vanguardista que supone la ruptura definitiva con el Modernismo. Tras salir de la cárcel con una libertad  provisoria a la espera de un nuevo juicio, escapó del Perú con rumbo a Francia para no volver jamás. Sabía que apenas pisara nuevamente, El Callao tendría que volver a prisión. Y como en toda vida de película, en París incluyó mudanzas constantes, fue expulsado debido a actividades políticas (luego se le permitió volver) mucha bohemia, y una esposa, Georgette.

Encontrémonos un instante en estos inolvidables versos.

 

Piedra negra sobre una piedra blanca.

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París – y no me corro –
tal vez un jueves, como es hoy de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y,
jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos..


Los Heraldos Negros.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!


A mi hermano Miguel.

Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,
donde nos haces una falta sin fondo!
Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá
nos acariciaba: «Pero, hijos…»

Ahora yo me escondo,
como antes, todas estas oraciones
vespertinas, y espero que tú no des conmigo.
Por la sala, el zaguán, los corredores.
Después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.
Me acuerdo que nos hacíamos llorar,
hermano, en aquel juego.

Miguel, tú te escondiste
una noche de agosto, al alborear;
pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.
Y tu gemelo corazón de esas tardes
extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya
cae sombra en el alma.

Oye, hermano, no tardes
en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá.


ESPERGESIA.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo

Todos saben que vivo,
que soy malo, y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo

Hermano, escucha, escucha…
Bueno. Y que me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que mastico…Y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.

Todos saben… Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda…
Y no saben que el Misterio sintetiza…
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.

y como poeta y mago dejó este mundo terreno un día 15 de abril de 1938 en Paris con aguacero. La causa de muerte es el fantasma que ronda los patios de los sabios… pero Vallejo siempre regresa a quienes nos interesa.

Texto, Paulina Campos.
Fotografía archivo de Mabel Arancibia.


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